martes, 30 de enero de 2018

Lo que nos ofrece el silencio

Octavio se sumerge profundo para narrar en nuestro interior otras sensaciones, otra gramática, logrando acallar nuestros ruidos, sumergiéndonos en el silencio del Budo. Busca la marcialidad mediante movimientos que exaltan la eficiencia de los movimientos, en un ejercicio que siempre muestra la exigencia de la técnica que impone en su trabajo, mediante gestos claros y minimalistas, desprovistos de toda pretensión.

Nos transmite que la falta de entrenamiento es el peor enemigo, ya que enfría el gesto, difumina los movimientos y olvida la técnica. Su kamae transmite una técnica de tal fuerza y movilidad, que no encuentra otra forma de expresarse que no sea la acción rotunda y determinista; engendra un sentimiento de asombro, de perturbación que revela el choque violento entre una fuerza que se manifiesta y explota, y una forma que no alcanza a contenerla. Son movimientos que no pueden representarse de modo más sensible que mediante el arte del aikido.

Como decía Kant, el arte tiene que ser grande, con pocos adornos, más bien tirando a austero. Viendo pues su aikido, uno siente la pequeñez de lo ordinario y empieza a experimentar la elevación del espíritu, se empieza a vislumbrar la ansiada unidad.

Son movimientos que componen un conjunto que podría entenderse como una especie de tratado visual de la marcialidad en su categoría dinámica. Su clase insiste en mostrar o representar constantemente aquello que despierta el movimiento: recreándose en el ma-ai, de-ai y zanshin como si de paisajes inmensos se tratarán, siempre perdidos en medio de ese espacio natural que nos engulle, capitulando a su superioridad, planteándonos que es la simple espera la que genera el momento, esa alteración de los sentidos que te incitan a actuar, a usar la técnica.

A partir de sus movimientos podemos ver como se despliega todo un sinfín de referencias técnicas, gestos y acciones, mezclando tiempos con la libertad que se auto-permite: desde kokyunages a iriminages, iconos del aikido, simbolismo y clasicismo todo en uno, emprendiendo un camino de reencuentro con el origen, aportando novedades o prolongando los efectos del pasado como sí una línea imaginaria nos uniera a él.

Con su técnica logra expresar la nobleza del aikido a partir de sinceras sugerencias, sutiles gestos y una carga de pureza marcial. Vemos pues que el tiempo no ha pasado en vano para este artista marcial que ha conseguido encontrar todas las dobleces de este complejo budo, logrando una interpretación de la técnica sin fisuras, sobresaliente. Es cierto que se le ve cómodo en el tatami, incluso cuando la clase decae por el cansancio acumulado y vuelve a conseguir que se calienten las ascuas cuidando cada gesto, sabiendo encontrar un sentido radicalmente nuevo en cada momento del curso, mostrando así una amplia experiencia docente.

Bruno construye su clase con la exactitud de un arquitecto, consigue de nuevo sorprender a través de una expresividad muy particular obtenida mediante la sutileza armónica y su inteligente uso de la forma continua y la unión de los opuestos, que no suele ser agresiva ni atormentada como corresponde a los cánones de las otras artes marciales, sino siendo paradójicamente todo lo contrario, combinando sencillamente formas, técnicas, gestos y estados de ánimo: la experiencia estética de la unión de los contrarios a través de katate ryote dori. Centra la unión de la acción a través de una nueva gestualidad, no es la acción idealizada desde la estética del movimiento, ni del comportamiento del cuerpo ante las leyes físicas que lo atrapan y de las que intentamos liberarnos con gestos exagerados: es la pulsión misma, la energía de la inhalación y exhalación, la que nos lleva a aceptar la subjetividad del movimiento y su significado alternativo en el aikido.

Se llega a entrever en su trabajo como transforma el gesto de entidad cerebral ha hecho marcial, logrando ese equilibrio entre la experiencia de vivir atrapado en un cuerpo y la de convivir con todo aquello que te rodea, es un cuerpo que se mueve y crea conocimiento definiendo lo que podríamos denominar la arquitectura interior del aikido: distancias que median entre oponentes y obstáculos, desplazamientos que van configurando estructuras, significados que emergen de la organización general del movimiento.

Es un aikido que mira detrás de las máscaras que llevamos puestas, y descubre nuestras ansias y estados emocionales, aquello que preferimos esconder. Su propuesta rompe el esquema al que nos tienen acostumbrados otros maestros, especialmente porque se aleja de las creaciones en las cuales el diseño del movimiento espiral, es preponderante, y cuyas resoluciones en mayor medida son exageradas, llevándonos a movimientos más lineales y efectivos.

Es un curso que te llena, experto en captar la imagen intangible del momento. Logran integrarse completamente a través del silencio, hasta hacerse invisibles. Para mí, eso es ser un maestro. La tarea que nos propusieron es simple. Todo consiste en estar aquí, continuamente en actitud presente, sin desear nada, sin querer hacer nada, con tu deseo en cada respiración, en cada gesto…

Interminable camino el que llevo,
que nunca termina,
donde el no ser empieza
eternamente a ser
pura inminencia.

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