miércoles, 27 de junio de 2018

Homenaje a Jose Balaguer y Antonio Nadal

Ascensión al Puig Campana
(Marina Baixa, 1.408 msnm)



Dificultad: Alta. Subida por sendero de pendiente elevada y por tramos de roquedo.
                Esfuerzo físico de moderado a alto.
Tiempo efectivo: 6 horas.
Distancia: 14,6 kilómetros.
Desnivel: 1.100 metros.
Salida de Alcoy: 6.30h desde la gasolinera Bou.
Destino: Font del Molí (Finestrat) - Posibles rutas en coche (Google Maps)

MUY IMPORTANTE LLEVAR: 
- 3L de agua por persona.
- Gorra y protector solar.
- Ropa deportiva y calzado adecuado para la montaña.
- Almuerzo.
- Comida "de sobaquillo" y bebida en nevera (para dejar en el coche y comer al finalizar la ruta).


Siempre ha sido nuestro amigo y compañero Antonio el encargado de guiarnos a la cima de las distintas cumbres de la provincia para hacer homenaje al fallecido Jose Balaguer. Esta vez no será él quien nos guíe, pero cumpliremos su intención y deseo de subir a la segunda cima más alta de la provincia, el Puig Campana. De esa manera, quizás la corone junto a nosotros.

El macizo rocoso del Puig Campana, situado muy cerca de la costa y con una cota máxima de 1.408 metros, se alza imponente sobre el perfil del paisaje circundante, sólo superado por la vecina Sierra de Aitana. El camino a su cima comienza cerca de la Font del Molí, que con sus caños provee ánimo para la ida y promete alivio al regreso. Tras caminar unos metros por carretera, pronto encontramos el PR-289, que se divide en dos senderos para rodear el Puig Campana en una ruta circular. Tomaremos el camino de la izquierda.

Nuestros primeros pasos los haremos al cobijo de un pequeño bosquete de pinos que dejará paso más adelante a un trecho de bancales en los que se nota claramente el efecto del incendio de 2009, con esqueletos de árboles quemados aquí y allá. A pesar de todo, como siempre, la vida se abre paso. Veremos que el nuevo matorral y los primeros pinos se han desarrollado, tiñendo de verde el paisaje otra vez. Tras pasar por el collado del Volador, caminaremos ascendiendo a ritmo constante por la umbría del Puig, pasando por el refugio Jose Manuel Vera Catral y llegando al fin al Collado del Pouet, a una altitud de unos 900 m.

Desde este punto, se puede subir al vecino monte Ponoig o bien continuar por el sendero PR-289. Recorreremos un tramo de éste hasta el comienzo del Sendero Botánico, que nos llevará a la cima del Puig Campana. El camino hacia la cima será, cuanto menos, exigente, pues ascenderemos unos 500 m de desnivel en tan sólo 2 km. Aquellos que así lo elijan, pueden esperar en el Collado del Pouet al grupo que ascienda o bien pueden visitar la Font de la Solsida, a tan solo 20 minutos por el mismo PR-289. Aunque no tiene agua, el paisaje que presenta es digno de admirar, con su pared de roca cubierta por la hiedra.

El camino de ascenso hacia la cima se adentra suavemente en el bosque al inicio, para dar paso luego a un sendero zigzagueante que atraviesa un pedregal de elevada pendiente, que pondrá a prueba el equilibrio y la resistencia de los aventureros. Eso sí, como premio, las vistas serán inigualables y a nuestro paso atravesaremos una micorreserva de flora, con especies propias de roquedos. En nuestro camino, nos acompañarán ejemplares de caducifolios y arbustos que sorprende encontrar tan al sur. Son las condiciones de la umbría las que permiten que estas especies crezcan y prosperen en la pendiente rocosa.

Al llegar al Bancal del Moro, la parte más dura de la ruta habrá quedado atrás, y desde aquí sólo nos quedarán unos 900 m hasta la cima, que domina el paisaje con orgullo; a un lado el mar y la costa; al otro, la Sierra de Aitana y el resto de montes, que desde aquí parecen muy pequeños. Es aquí donde colocaremos la placa conmemorativa para nuestros amigos y hermanos Jose y Antonio.

El camino de regreso lo haremos por el mismo sendero, deshaciendo nuestros pasos hasta llegar al inicio, donde podremos comer todos juntos, descansar y disfrutar de la mutua compañía.


Fotos: Naïm Álvarez
Texto: Encarni Rico

martes, 30 de enero de 2018

Lo que nos ofrece el silencio

Octavio se sumerge profundo para narrar en nuestro interior otras sensaciones, otra gramática, logrando acallar nuestros ruidos, sumergiéndonos en el silencio del Budo. Busca la marcialidad mediante movimientos que exaltan la eficiencia de los movimientos, en un ejercicio que siempre muestra la exigencia de la técnica que impone en su trabajo, mediante gestos claros y minimalistas, desprovistos de toda pretensión.

Nos transmite que la falta de entrenamiento es el peor enemigo, ya que enfría el gesto, difumina los movimientos y olvida la técnica. Su kamae transmite una técnica de tal fuerza y movilidad, que no encuentra otra forma de expresarse que no sea la acción rotunda y determinista; engendra un sentimiento de asombro, de perturbación que revela el choque violento entre una fuerza que se manifiesta y explota, y una forma que no alcanza a contenerla. Son movimientos que no pueden representarse de modo más sensible que mediante el arte del aikido.

Como decía Kant, el arte tiene que ser grande, con pocos adornos, más bien tirando a austero. Viendo pues su aikido, uno siente la pequeñez de lo ordinario y empieza a experimentar la elevación del espíritu, se empieza a vislumbrar la ansiada unidad.

Son movimientos que componen un conjunto que podría entenderse como una especie de tratado visual de la marcialidad en su categoría dinámica. Su clase insiste en mostrar o representar constantemente aquello que despierta el movimiento: recreándose en el ma-ai, de-ai y zanshin como si de paisajes inmensos se tratarán, siempre perdidos en medio de ese espacio natural que nos engulle, capitulando a su superioridad, planteándonos que es la simple espera la que genera el momento, esa alteración de los sentidos que te incitan a actuar, a usar la técnica.

A partir de sus movimientos podemos ver como se despliega todo un sinfín de referencias técnicas, gestos y acciones, mezclando tiempos con la libertad que se auto-permite: desde kokyunages a iriminages, iconos del aikido, simbolismo y clasicismo todo en uno, emprendiendo un camino de reencuentro con el origen, aportando novedades o prolongando los efectos del pasado como sí una línea imaginaria nos uniera a él.

Con su técnica logra expresar la nobleza del aikido a partir de sinceras sugerencias, sutiles gestos y una carga de pureza marcial. Vemos pues que el tiempo no ha pasado en vano para este artista marcial que ha conseguido encontrar todas las dobleces de este complejo budo, logrando una interpretación de la técnica sin fisuras, sobresaliente. Es cierto que se le ve cómodo en el tatami, incluso cuando la clase decae por el cansancio acumulado y vuelve a conseguir que se calienten las ascuas cuidando cada gesto, sabiendo encontrar un sentido radicalmente nuevo en cada momento del curso, mostrando así una amplia experiencia docente.

Bruno construye su clase con la exactitud de un arquitecto, consigue de nuevo sorprender a través de una expresividad muy particular obtenida mediante la sutileza armónica y su inteligente uso de la forma continua y la unión de los opuestos, que no suele ser agresiva ni atormentada como corresponde a los cánones de las otras artes marciales, sino siendo paradójicamente todo lo contrario, combinando sencillamente formas, técnicas, gestos y estados de ánimo: la experiencia estética de la unión de los contrarios a través de katate ryote dori. Centra la unión de la acción a través de una nueva gestualidad, no es la acción idealizada desde la estética del movimiento, ni del comportamiento del cuerpo ante las leyes físicas que lo atrapan y de las que intentamos liberarnos con gestos exagerados: es la pulsión misma, la energía de la inhalación y exhalación, la que nos lleva a aceptar la subjetividad del movimiento y su significado alternativo en el aikido.

Se llega a entrever en su trabajo como transforma el gesto de entidad cerebral ha hecho marcial, logrando ese equilibrio entre la experiencia de vivir atrapado en un cuerpo y la de convivir con todo aquello que te rodea, es un cuerpo que se mueve y crea conocimiento definiendo lo que podríamos denominar la arquitectura interior del aikido: distancias que median entre oponentes y obstáculos, desplazamientos que van configurando estructuras, significados que emergen de la organización general del movimiento.

Es un aikido que mira detrás de las máscaras que llevamos puestas, y descubre nuestras ansias y estados emocionales, aquello que preferimos esconder. Su propuesta rompe el esquema al que nos tienen acostumbrados otros maestros, especialmente porque se aleja de las creaciones en las cuales el diseño del movimiento espiral, es preponderante, y cuyas resoluciones en mayor medida son exageradas, llevándonos a movimientos más lineales y efectivos.

Es un curso que te llena, experto en captar la imagen intangible del momento. Logran integrarse completamente a través del silencio, hasta hacerse invisibles. Para mí, eso es ser un maestro. La tarea que nos propusieron es simple. Todo consiste en estar aquí, continuamente en actitud presente, sin desear nada, sin querer hacer nada, con tu deseo en cada respiración, en cada gesto…

Interminable camino el que llevo,
que nunca termina,
donde el no ser empieza
eternamente a ser
pura inminencia.